miércoles, septiembre 5

Tengo que correr, pero no se hacia donde

Todo esto se veía venir, de lejos, aunque no tan rápido.
Siempre supe donde iba a llegar, pero no llegaba a asimilarlo, me costaba demasiado ponerme en situación, me viene grande.

Tras la gran perdida que tuve, nada volvió a importarme lo mismo. Todo era banal. Todo me resultaba comico e insustancial.

Pasé mucho tiempo en una época extraña de mi vida, en la que yo no era yo, pero seguía siendo. No tenía sentido para nadie, excepto para mí, que era lo único que me importaba en la vida.

Ese badén que se entrecruzó en mi camino, y torció mi rumbo al sin rumbo, me abrió los ojos, cerró mi boca y ensambló mi mente a la perfección.

Todo me resultaba tan relativo que los delirios de grandeza, los problemas insondables y las idas y venidas no gozaban de ningún tipo de prioridad en mis pensamientos, pero si me afectaban las consecuencias.

La crispación social era patente, al igual que la corrupción y los delirios de las llamadas altas esferas. El climax se alcanzaría muy pronto.

De hecho, llegó hace varias horas, y aquí me encuentro, en medio de la calle, el pillaje, la violencia gratuita, la caida de los grandes, y la muerte de los pequeños.

Tengo que correr, pero no se hacia donde.

Deberías haberme pillado con tu bicecleta cuando tuviste la ocasión, ahora es demasiado tarde, y tendré que ver desde fuera como caeis todos.

Creo que no tengo ganas de correr hoy.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Correr es de cobardes y además cansa.