martes, octubre 16

El origen


Te despiertas totalmente despejada, sabes que acaba de anochecer.

Te levantas de tu colchón de espuma duro, que aún es más duro porque está sobre una tabla y ella directamente sobre el suelo, y te vistes como de costumbre. Ves especialmente ordenada tu buhardilla de la Rúa. Ves que una niebla espesa adorna la catedral que hace tiempo que no pisas, y mientras te enciendes un cigarro, más por rutina que por cualquier otra cosa ya que tus órganos llevan ya mucho tiempo inertes, observas como la luz que ilumina la catedral se difumina en la niebla.

Alisas tu largo pelo morado y sales de tu estancia.

Refresaca, pero no te preocupa porque dada tu condición el tiempo no te afecta. Ves a unas pocas parejas paseando abrazadas, más por el frío que por el supuesto amor que presuponen, y te percatas que un chico que acaba de despedirse de su chica en un portal se aventura solo por una calle inhospita.

Sabes que está noche será tuyo.

Estás cansada de entablar insulsas conversaciones con tus victimas, así que ahora vas directamente a su cuello.

Le abordas por la espalda tapando su boca con tu mano izquierda, girando a la vez su cabeza para dejarte perfectamente libre su apetecible cuello musculoso de deportista, y en un movimiento que llevas ya realizando mucho tiempo a diario comienzas a sorber su vida. En un principio ves como intenta zafarse de tu presa, pero al final acaba sucumbiendo al placer que le produce el desangramiento, hasta el punto que moja sus pantalones y te suplica que sigas.

- Esta noche no estúpido- y le propinas un bofetón.

Sigues en tu perigrinación hacia tu bar, lo llamas así desde no hace mucho, porque allí te pasas las noches tranquilas, oscuras y aquellas en las que te sientes totalmente maldita.

Llegas sumida en tus pensamientos, que extrañamente esta noche son muy espesos, y pides una copa, como acostumbras, el camarero egipcio te brinda una sonrisa que te resulta indiferente, estas harta de ella noche sí, noche también.

Nunca te habías fijado en la decoración del bar, tenías pensamientos más importantes en que fijar toda tu atención, antes que fijarte en los tajos forrados de cuero, la tenue luz que iluminaba una barra clásica de marmol, y las cortinas rojas que separaban un pequeño reservado.

Ultimamente eras más consciente de tu condición de ser no muerto, te ibas acostumbrando. Te costó sudor de sangre habituarte a tus nuevas habilididades tu sola, ya que tu sire, término que conociste justo antes de que el azote del Príncipe te partierá la muñeca izquierda, se desentendió de tí nada más convertirte.

- Bastardo hijo de puta - resonaba en tu cabeza nada más recordar sus ojos verdes, que era lo único que tenías grabado a fuego en tu memoria de la noche de tu abrazo.

- Hola pequeña. - te propina un desconocido que ahora que tomas consciencia lleva al menos dos minutos junto a tí.
- No estoy de humor. - y girás tu tajo dándole la espalda.
- Deberías pequeña, hoy es un día muy especial para ambos.
Como un resorte girás el tajo y te fijas en su cara; tez morena, nariz ancha, labios carnosos, gafas de sol, pelo corto.
- No se de que cojones me estás hablando.
- Hoy hace un año que te convertí, felicidades.

En ese momento el frío y rugoso tacto de una estaca se clava en tu corazón, a partir de ahí... oscuridad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pero ella no está muerta, ¿no?
Hace falta algo más que una estaca para acabar con uno de los suyos.