lunes, diciembre 10

Ruega por mi

El emplazamiento era ideal, la noche hacía tiempo que me acompañaba, el cielo morado estaba tiznado con tres grandes nubes grisaceas que se desplazaban hacia el norte con una grata velocidad.

El viento frío del invierno me golpeaba constantemente, pero no me resultaba molesto ya que mi temperatura corporal era bastante elevada y mi corazón retumbaba aceleradamente hasta tal punto que podía oirlo.

Decidí fumarme el último cigarro que me quedaba, tenía claro que iba a ser el último, había decidido dejarlo.

Parsimoniosamente, saqué el cigarro del paquete deforme que tenía en el bosillo izquierdo del pantalón y lo encaminé hacia mi boca. Lancé el paquete y me entretuve mirando como caía dando bandazos dirigidos por el antojo del aire.

Cubrí a media mi cabeza con la parte izquierda de mi chaqueta y encendí tras varios intentos en cigarro, instintivamente me guardé el mechero en el bosillo.

- ¿Que hacemos aquí?

Su voz me sobrevino por la espalda, no me había dado cuenta que se me había echado el tiempo encima.

- Me apetecía cambiar de sitio.
- ¿Y eso?
- Para salir de la rutina, supongo.

Y le regalé mi mejor sonrisa.

- Que cosas tienes, con el frío que hace aquí.

La besé como si fuera el primer y último beso que iba a robarle.

El cigarró se consumió.

- ¿Qué te pasa?
- Que nunca te he dicho lo que siento por ti.
- Bueno, ya se como eres, y se que te cuesta mucho... no hace falta que digas nada.
- Pero no sabes ni la mitad de lo que siento.
- Lo intuyo.
- Pero no estás segura.

Un brillo extraño surgio en su mirada, supuse que era inseguridad, y la reconforté con un abrazo.

- No tengas miedo.
- No se que vas a decirme.
- Nada malo, no puedo decirte nada malo, porque me haces inmensamente feliz.

Entoncés fue ella quien me abrazó.

- Solo quería decirte una última cosa.
- ¿Y que es?
- Que contigo me sobra hasta respirar.

Me apoyé en la barandilla sintiendo como mi corazón se aceleraba a cada instante, y salté.

No oía nada, cerré los ojos y la ví, como la primera vez, solo sentía como el viento intentaba zarandearme, pero no podía, solo sentía como el viento trataba de perturbarme, pero no podía, era infinitamente feliz, más feliz que cualquier otra persona en el mundo, más feliz que cualquier otra cosa, más feliz que lo último que escuché: el sordo sonido que provocó mi cabeza contra las vías del tren.

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