martes, febrero 12

Después de V (1)

1. El desencadenante

Había pasado mucho tiempo tranquilo conmigo mismo, acallando demonios y enterrando malos sentimientos. Había sufrido un renacimiento personal hacía ya mucho tiempo, resolviendo mis diferencias, mis problemas y mis complicaciones.

Era otro, mucho más persona.

Era completamente feliz, mi novia, mi trabajo, mi piso y las pocas aficioness que conservaba eran mi mundo. Pero poco a poco, el paso de los años fue amargando mi existencia, mis conceptos y mis actos.

Me volví más ácido con la edad, más despreocupado, no con mis cosas, ya que para ellas he tenido siempre un celo excesivo, si no para el resto de la gente, más desencantado con todo. Prácticamente, cada vez que tenía tiempo de pensar, desmoronaba pilares intocables de mi propio universo.

Una grán explosión detonaba conceptos básicos y aprendidos hace demasiado tiempo, como la amistad, la lealtad y el respeto. Cuando me dí cuenta de que estaba destruyendo mi propia idea de vida, decidí dejar de pensar, para conservar lo poco que aún conservaba.

Seguía llevando la misma vida rutinaria que siempre, trabajo, casa, trabajo, casa, ocio. No quería pensar en las consecuencias de seguir desmoronando lo que había conseguido redescubriéndome. Me había costado mucho, y no quería volver a lo que era anteriormente, no me gustaba, tenía una sensación de calor exhasperante dentro de mí, un calor seco, no me hacía sudar, pero que me descolocaba por completo, y me desagradaba completamente.

Nublabla mi mente.

Pero un día, ella entró por la puerta. Ella desató todo. Ella tuvo la culpa. Quería un té.

Empecé a mirarla, no era guapa, no parecía tener un cuerpo perfecto, demasiada espalda, tenía el pelo corto y un plumífero que poco invitaba a la imaginación, y aún así una sensación crecía en mi interior, un calor desaforado fundía mis venas, y un deseo irrefrenable de tirarme a esa zorra crecía en mí.

Estaba a solas con ella, así que decidí hacerlo, entre en el almacén y empecé a rebuscar entre mis cosas.

Mi anorak rojo estaba encima de la cámara frigoríca que hacia meses que no funcionaba, me dirigí directamente hacia allí.

Desvestí la cámara tirando el anorak al suelo, la abrí y allí estaba.

Salí tranquilamente con el hacha a la espalda, y le dije:

- A esté té, invito yo.

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